12/12/08

El único terrorista que pidió perdón a sus víctimas explica por qué


ALGUNAS NO ACEPTARON

Por Carmelo López-Arias, publicado en El Semanal Digital, el 25 de noviembre de 2008

Shane O´Doherty ha contado su historia desde que a los quince años entró en el IRA y se consagró a poner todo tipo de bombas. Sólo la reflexión en los años de cárcel le hizo cambiar.

Hace dos domingos La Razón publicó un extenso reportaje de Irene Villa, mutilada por ETA en 1991 y periodista en activo, sobre Shane O´Doherty, con motivo de la publicación en España del impactante testimonio de este ex miembro del IRA (Irish Republican Army, Ejército Republicano Irlandés): No más bombas (LibrosLibres).
En cuya vida hay una peculiaridad: se trata del único terrorista, de cualquiera de los grandes grupos conocidos, que ha perdido perdón una por una a sus víctimas ofreciéndoles reparación y llevándola a la práctica. Algo muy distinto de ese "arrepentimiento" de algunos etarras que es en realidad mera acomodación a las circunstancias o cambio de táctica: consideran que "ya no" es necesaria la "lucha armada", sin reprobar lo que en otro tiempo hicieron, considerándolo, entonces y ahora, justificado.

Del ideal de "la lucha" a la realidad de los atentados

La narración arranca de su propio compromiso infantil con la libertad de Irlanda en forma de una consagración personal absoluta, alimentada por los héroes y los mitos de una vieja lucha contra el dominio británico.

A principios de los 70, cuando las manifestaciones republicanas eran reprimidas a tiros por la policía del Ulster, el IRA retomó sus actividad bajo la forma de una intensa campaña terrorista. O´Doherty, con quince años, se buscó la vida para unirse al grupo y lo logró. Pronto se especializó en el manejo de explosivos y fue adquiriendo responsabilidad en la organización merced a su audacia, tanto en atentados de gran magnitud como en otros a pequeña escala. Describe con todo género de detalles cómo era la vida en Derry (la Londonderry de los británicos), uno de los epicentros de la lucha callejera, y cómo el inicial alivio que sintieron cuando el Ejército de Su Majestad sustituyó a las fuerzas norirlandesas se convirtió en desazón al ver que no había grandes diferencias.

En un momento a O´Doherty le enviaron a Londres para una campaña de cartas-bomba en la que el IRA buscaba sobre todo -y obtuvo- ecos mediáticos. Él solo tuvo en vilo a la policía y a los londinenses durante meses, y estuvo a punto de caer en varias ocasiones.

Paradójicamente fue detenido durante la tregua de 1975, cuando había podido regresar a casa y llevaba una vida normal, tras varios años dedicado a tiempo pleno al terrorismo.

Pasó en la cárcel quince años, condenado a varias cadenas perpetuas. Su tozudez en no cumplir las normas penitenciarias fue sin embargo providencial, porque le castigaron en un módulo de aislamiento que le sirvió para pensar sobre el daño que había causado. Para uno de los juicios tuvo acceso a un dossier detallado de todas las acusaciones, incluyendo las lesiones causadas a las víctimas (no llegó a matar a nadie en sus decenas de atentados, aunque cuenta tres ocasiones en que sencillas casualidades evitaron auténticas masacres). Y ahí se le cayó la venda de los ojos: "El uso de la violencia me había transformado. Lejos de ser un idealista con profundos principios morales, yo era un delincuente con un expediente aparentemente interminable de violaciones de los derechos humanos... No había ninguna justificación para todas aquellas heridas y veía la indiferencia egoísta y desalmada que había sentido por las víctimas en la época en la que celebraba mis éxitos terroristas".

En 1978 escribió una carta, expresando estos sentimientos, a un diario republicano que no quiso publicarla. Lo hizo la competencia, y el asunto saltó a los diarios de Londres como en tiempos lo habían hecho sus crímenes: "No me importaban los derechos humanos de aquellos a los que lesionaba", confesó en la misiva, "pero era extremadamente delicado en lo que a los míos se refería. Al dañar a seres humanos no corregía ninguna injusticia, sino que creaba una nueva". Y añade O´Doherty, ya en el texto de No más bombas: "No era el idealista brillante, buscador de justicia, que había creído. Era un serio violador de los derechos humanos que había caído ante la mística y el aura de la táctica de la violencia".

Fue entonces cuando decidió que no bastaba con conclusiones teóricas, y solicitó autorización al juez para escribirle a sus víctimas. Un mediador les pedía antes permiso, y luego él demandaba su perdón por el daño que les había causado, ofreciéndoles reparación. Algunas no lo aceptaron, otras sí.

Un libro para el debate

El testimonio de O´Doherty tiene muchas lecturas. Una es, desde luego, que no hay comparación posible entre el "caso irlandés" y el "caso vasco". Ya no por historia, que desde luego que no: los nacionalistas vascos, pacíficos o violentos, hacen objetivamente el papel de los unionistas norirlandeses, esto es, romper la unidad de las naciones históricas (España e Irlanda) en aras de las inexistentes (Euskadi o un Reino Unido con pocos títulos de legitimidad para su soberanía sobre Irlanda del Norte). Pero es que tampoco por la relación política entre ciudadanos y Estados; ni por la existencia de dos comunidades separadas -católica y protestante- frente a la homogeneidad interna, y con el resto de España, de la sociedad vasca; ni por la existencia de una contrapartida al IRA, no menos terrorista que éste, que son los grupos armados unionistas.

Y hablando de "protestantes" y "católicos", una segunda lectura es que dichas etiquetas son poco más que eso, etiquetas: expresan la raíz histórica del problema y poco más. El mismo O´Doherty, cuando entró en la cárcel, le pidió al capellán pruebas de la existencia de "su Dios católico". Luego dedicó su mucho tiempo libre, entre otras cosas, a leer los Evangelios. Eso influyó en su cambio, aunque no se desprende de la lectura que haya una conversión religiosa como causa directa de la transformación que experimentó. En cualquier caso, cuando sus compañeros del IRA escuchaban sus razones religiosas, le menospreciaban y retiraban el saludo.

En fin, una última lectura podría indicarnos hasta qué extrema miseria moral conduce el terrorismo a quienes lo practican, que casos como el de O´Doherty sean tan excepcionales. No estamos ante un terrorista que "abandona las armas". De esos ha habido muchos a quienes el enfriamiento de los ímpetus juveniles o una larga estancia en prisión han convencido de que ya no era adecuado ese camino... pero sin repudiarlo moralmente. O´Doherty da el verdadero paso: pedir perdón una a una a sus víctimas, decirles que lo que hizo no debió hacerlo fueran cuales fueran sus pretextos.

Y se hace una pregunta crucial: "¿Es sensato suponer que quienes han matado a inocentes para conseguir el poder político dejarán de hacerlo sin más cuando lo obtengan?". Buena pregunta que invita a no ceder jamás a ninguna exigencia de los terroristas.

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