9/12/08

Cinco años en el IRA, 30 años pidiendo perdón

Artículo publicado en El Mundo el 8 de diciembre de 2008

EDUARDO SUÁREZ
Enviado Especial

DERRY (IRLANDA DEL NORTE).- Es sábado, empieza a amanecer y en el cementerio de Derry hay más muertos que vivos. Sombrío y desasosegado, Shane O'Doherty se asoma como a un abismo a las tumbas de sus colegas. Adolescentes todavía. Para siempre jóvenes. Muertos "en acto de servicio" según rezan sus lápidas. Se podría decir que Shane es un capitán pasando revista a sus tropas si no fuera porque ellos están muertos y él demasiado vivo con sus remordimientos.

Quienes se apiñan en esta hilera maldita son terroristas del IRA. La mayoría murieron manipulando sus bombas. Otros en tiroteos con el Ejército británico o con la policía. Ninguno llegó a cumplir los 18 años. Shane llora sin llorar cuando relee sus lápidas, consciente de que podría ser uno de ellos. Preguntándose por qué no lo es y por qué está todavía en el mundo de los vivos.

"Fue la cárcel la que me salvó la vida", masculla entre dientes, "si no me hubieran detenido, estaría muerto. Tuve tantos amigos que saltaron por los aires... El día que me arrestaron, pensé: 'Estoy fuera del juego y he sobrevivido. La cárcel es el lugar donde puedo encontrarme a mí mismo'. Y me encontré". Porque Shane O'Doherty no es un terrorista al uso sino un hombre arrepentido. El primero en el IRA que pidió perdón por sus crímenes en los años 80. No fue un cambio súbito sino un lento proceso de conversión que él mismo relata en No más bombas, un libro de memorias que ahora se publica en España. Detenido durante el alto el fuego de 1975 y condenado a 30 cadenas perpetuas, Shane tenía 20 años cuando entró en prisión pero era ya un veterano de la violencia. Su primera bomba la puso con 15 años, en un piso franco de la policía en cuyo umbral se aprecian aún hoy los rasguños de la explosión.

Fue el inicio de una carrera siniestra que duró apenas un lustro en el que Shane disparó obuses contra soldados, fabricó bombas con condones y aprendió a vivir en la clandestinidad, con un pie en cada lado de la frontera y parapetado detrás de una identidad falsa.Era el tiempo de la lucha por los derechos civiles en el Ulster y el idealismo de Shane podría haberse encauzado en aquel movimiento pacífico que luchaba por que los católicos tuvieran acceso a la vivienda de protección oficial y no fueran ciudadanos de segunda clase. Pero entonces llegó el Domingo Sangriento. El día en el que los soldados británicos dispararon indiscriminadamente contra los manifestantes.

A su amigo Eamonn le detuvieron y lo apalearon los policías. A Shane no lo cogieron pero lo alcanzó el rencor. "Si me podían matar a tiros por participar en una marcha pacífica", recuerda, "más me valía morir luchando. Los soldados británicos eran terroristas que asesinaban a mi gente y sentí la violencia como un imperativo moral".

Así fue como Shane inició una carrera terrorista cuyo cenit fue Londres, desde donde dirigió en solitario una campaña de bombas que puso en jaque al Estado británico. Llegó con 500 libras en efectivo, dos docenas de detonadores y dos libras de gelignita y gelatina negra.

Hacía una vida de monje. Salía tan sólo al cine una vez por semana y cada día a cenar a un restaurante indio. Durante meses, Shane envió decenas de cartas bomba. La mayoría a políticos y militares. Otras a instituciones como la Bolsa o el Banco de Inglaterra. Hubo una que burló incluso los controles de Downing Street y estuvo durante 24 horas olvidada en una papelera junto al despacho del primer ministro.

De vuelta a Derry, fue detenido y sólo entonces fue comprendiendo lo que había hecho. Primero cuando leyó un relato detallado de los efectos de sus bombas. La secretaria a la que le sacó un ojo la onda expansiva. El guarda al que una carta le voló un ojo y una mano. Detalles que le empujaron a hacer algo inédito: pedir perdón en el juicio por "las víctimas inocentes" de sus cartas.

Lo que no quería decir que se arrepintiera: Shane no renegaba de sus bombas siempre que las víctimas fueran oficiales, políticos o policías. Un pensamiento que no sobrevivió a su lectura de la Biblia ni a sus conversaciones con el capellán de la cárcel o con el obispo de Derry.
Un día Shane sintió la necesidad de enviar cartas pidiendo perdón a sus víctimas. No porque se creyera merecedor de él. Más bien por hacerles saber que se sentía culpable y que se arrepentía de lo que había hecho. "La mitad respondieron dando gracias a Dios por mi conversión", recuerda, "de la otra mitad nunca tuve noticias hasta que un día me enteré de que uno había vendido mi carta a un tabloide británico. 'Enfado ante el terrorista del IRA que pide perdón', decía el título. Recuerdo las caras de ira de mis colegas del IRA aquel día en el desayuno. Aquel día comprendí lo difícil de mi situación. La paradoja de que te odian si pides perdón y te odian si no lo pides".

Desde su conversión, a Shane le quedaba aún una década de suplicio en las prisiones británicas. Un tiempo salpicado de torturas al que sobrevivió leyendo el Evangelio, ayudando a otros presos y rezando. Incapaz de deshacerse de sus remordimientos pero sabedor de que había reconquistado su alma y de que su cuerpo no descansaba para siempre en el cementerio de Derry.

El ex terrorista del IRA Shane O’Doherty, en el cementerio de la localidad de Derry, en Irlanda del Norte. / Foto: MIGUEL ÁNGEL FONTA


Hay dos lápidas sobre las que la mirada de Shane se detiene durante más tiempo. Debajo yacen Eamonn Lafferty y Ethel Lynch.A Eamonn lo mató un soldado una noche en el gueto católico de Creggan. Al otro lado de la tapia del cementerio. A Shane le tocaba salir con él a patrullar pero tenía sueño y se quedó echando una cabezada.

Ethel voló por los aires en una de las casas que el IRA usaba como talleres de explosivos. La había adiestrado Shane y siempre se culpó por ello. Sobre todo cuando recién detenido la policía le mostró unas fotos en blanco y negro de su cadáver desnudo, ensangrentado y lleno de puntos. "¡Mira su sangre! ¡Mira sus heridas!", le gritó su interrogador, "¡tú la mataste! ¡Eres un cobarde!".
A Shane el recuerdo de Ethel y Eamonn nunca le ha abandonado del todo. Ni dentro ni fuera de la cárcel. Cuando salió, sus amigos de Derry dejaron de saludarle. Para ellos era un traidor. Pidiendo perdón, les había vendido. "Yo sabía entonces que Gerry Adams y Martin McGuinness estaban negociando por debajo de la mesa", recuerda, "pero no podía decirlo. Luego los líderes de repente hablaron de paz y todos fueron como borregos detrás de ellos. Entonces mis amigos de Derry siguieron sin mirarme a la cara. Esta vez porque yo había predicho como terminaría todo".

Desde que salió de la cárcel, Shane ha llevado una vida de trotamundos. Primero se licenció en Filología Inglesa. Luego trabajó en Suecia como informático y en EEUU como periodista. Estudió para cura pero no llegó a ordenarse. Ahora ayuda a Cáritas en Dublín con las personas sin hogar.

P. ¿Tiene sentido aplicar en España un proceso de paz similar como el irlandés?
R. No. Ése es el modelo para Irlanda del Norte. Y ni siquiera aquí hemos terminado. Con una banda como ETA el Estado debe saber ser generoso pero en el momento adecuado. Esperar a que estén maduros. Si no, no tiene sentido.

P. ¿Cree que el Gobierno español debe hablar con ETA?
R. No si no están preparados. Primero tienen que ser conscientes del sufrimiento que provocan. En sus víctimas y en sus propias familias.

P. Usted se ha arrepentido de sus años en el IRA. ¿Qué le diría a los terroristas de ETA?
R. Les preguntaría si merece la pena segar una vida humana. Cuando uno está dentro, tiende a pensar que su guerra es muy importante. Luego, 30 años después, nadie se acuerda de ella. Hoy aquí en Derry los jóvenes pasan. Sólo les interesan la música y los partidos de la Premier.

P. Y, de haberlo sabido, ¿habría empezado a poner bombas?
R. Creo que no. Pienso en ello todos los días mientras me afeito. En los amigos que están muertos. En las personas que han sufrido. Pienso que todavía tengo este regalo de la vida y me preguntó cómo puedo hacer del mundo un lugar mejor. Y siempre llego a una conclusión: lo mejor que puedo hacer es decirles a otros que no vayan por este camino. Se lo digo ahora a ETA.

Por qué esperar 30 años para entablar una negociación que podríais haber iniciado en el año uno. Para qué llenar las cárceles y enterrar personas durante 30 años. ETA ofende a Dios, a la naturaleza y a los derechos humanos.

Eduardo Suárez, Enviado Especial

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